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jueves, 8 de junio de 2017


MALTA, MISTERIO BAJO TIERRA

Catacumbas y santuarios subterráneos horadan el paisaje del archipiélago de Malta, célebre por sus misteriosos templos megalíticos, extraños cultos paganos y cráneos alargados
Situado en el centro del Mediterráneo, al sur de Sicilia y al norte de Libia, el archipiélago maltés fue y continúa siendo una encrucijada de caminos o, para ser más exactos, de rutas por mar.

Esa ubicación estratégica explica el agitado pasado de Malta, cuyo territorio, integrado por las islas de Malta, Gozo y Comino, ha sido objeto de disputas desde tiempo inmemorial. Fenicios, griegos, romanos, la Corona de Aragón, los Caballeros Hospitalarios y las tropas de Napoleón Bonaparte, entre otros, se asentaron en Malta el tiempo suficiente como para dejar una impronta aún perceptible en nuestros días. Sin embargo, mucho antes que los anteriores, un misterioso pueblo marcó para siempre la historia de este país, pues su legado pétreo constituye el mayor de los atractivos para quienes lo visitan en la actualidad.

Nadie sabe qué civilización construyó los templos megalíticos que salpican el archipiélago maltés. Tanto es así que historiadores y arqueólogos suelen destacar la singularidad de dichas estructuras, subrayando su escaso parecido con el resto de edificaciones megalíticas tanto del ámbito mediterráneo como allende sus orillas. Pero si los templos malteses son singulares, todavía más sorprendentes resultan ciertos indicios en relación con sus presuntos constructores, pues del hallazgo de miles de esqueletos enterrados bajo algunos de sus templos, se infiere que los primeros habitantes de Malta poseían el cráneo extraordinariamente alargado y tenían una estatura muy por debajo de la media de sus coetáneos de la Europa meridional, lo que multiplica el misterio en torno a la procedencia de aquellos pobladores.

El descubrimiento de la gran mayoría de estos inquietantes restos humanos tuvo lugar en Hal Saflieni, el hipogeo prehistórico más antiguo del mundo.

Este santuario también constituye una excepción en su género, aunque no tanto si nos circunscribimos al paisaje arquitectónico maltés, donde abundan las construcciones subterráneas.

SÍMBOLOS Y RITUALES PAGANOCRISTIANOS

Como es arriba, es abajo; como es abajo, es arriba». Inspirado por Hermes Trismegisto, este conocido axioma es perfectamente aplicable al megalitismo maltés, ya que los templos que se erigieron en la superficie de esta diminuta y cálida nación insular, tienen su correspondencia en las construcciones que se edificaron bajo tierra, si bien estas últimas les resultarán más interesantes a los estudiosos del hermetismo, tradición filosófica y religiosa que se ocupa de lo oculto.

Esto lo intuí al poco de llegar a Mosta, uno de los sesenta y ocho consejos locales que conforman la República de Malta, y visitar las catacumbas paleocristianas de Ta Bistra, datadas en el siglo IV de nuestra era. A decir verdad, Ta Bistra es un aperitivo ligero si comparamos este yacimiento con el fascinante hipogeo de Hal Saflieni, pero no hay mejor lugar para introducirnos en el paisaje menos conocido del archipiélago maltés, el que no se advierte a simple vista porque, literalmente, permanece oculto varios metros bajo el suelo. Eso ocurre con nuestro primer destino, o casi. Porque, en realidad, las catacumbas de Ta Bistra se excavaron lateralmente en el talud de una colina, no estrictamente bajo la misma. Tras su abandono y con el transcurrir del tiempo, quedaron sepultadas y casi borradas de la memoria de los isleños. Hasta mayo de 1891, fecha en que Filippo Vasallo, pionero de la arqueología maltesa, dejó constancia escrita de su existencia.

Hoy, 1.700 años después de que los primeros cristianos llegados a este archipiélago hicieran uso de ellas, las catacumbas de Ta Bistra constituyen el principal atractivo de Mosta, una pequeña localidad ubicada al noroeste de la isla de Malta y cercana a la bahía de San Pablo.
Inaugurado en 2015, el complejo arqueológico de Ta Bistra consta de dieciséis hipogeos interconectados mediante un túnel con aproximadamente noventa metros de longitud. Aunque las cámaras fueron saqueadas hace siglos, en sus paredes y suelos quedan algunos indicios que nos revelan aspectos de la personalidad de sus antiguos ocupantes, presumiblemente grupos de cristianos que hallaron refugio en este archipiélago entre los siglos III y IV de nuestra era, de ahí que las catacumbas de Ta Bistra reciban el calificativo de paleocristianas. En honor a la verdad, el epíteto que mejor se ajusta a estas habitaciones subterráneas es el de paganocristianas, o ese fue el término que acudió a mi mente cuando reconocí la cabeza de un toro grabada en una pared y, además, advertí la presencia de «mesas de ágape» labradas sobre el suelo de varios hipogeos.

En cuanto al primer elemento, está clara su vinculación con cultos paganos de la Antigüedad, más concretamente con el mitraísmo religión mistérica que se extendió por la región mediterránea y uno de cuyos principales ritos era precisamente el banquete o ágape ritual, ceremonia muy similar a la eucaristía cristiana. ¿Se celebró este sacramento en Ta Bistra? Tal vez no en el sentido de la consagración del pan y el vino más tarde instituida por las Iglesias cristianas, aunque es sabido que en el cristianismo primitivo se organizaban banquetes o ágapes comunitarios con un doble objetivo: dar de comer a quienes carecían de alimentos y fortalecer los lazos de unión entre los miembros de la comunidad.

Sea como fuere, tanto en Ta Bistra como en otras catacumbas de Malta es fácil advertir la presencia de símbolos de inequívoco origen pagano, rasgo característico del cristianismo gentil o paganocristianismo, términos acuñados para referirse a una corriente cristiana primitiva que surgió en la Antioquía siria durante el siglo I. Que el principal impulsor de esta tendencia fuese Pablo de Tarso, dice mucho acerca del sincretismo en las prácticas religiosas de aquellos primeros cristianos, adaptadas al contexto social y a las creencias paganas del Imperio romano, cuya ciudadanía disfrutaba el propio santo. A propósito del «apóstol de los gentiles», es imposible dar un paso en Malta sin toparse con alguna iglesia, monasterio, calle o plaza dedicadas a san Pablo, aunque el monumento más famoso vinculado con esta personalidad señera del cristianismo también está bajo tierra.

MISTERIOS MITRAICOS

Ubicadas en la localidad de Rabat, apenas ocho kilómetros al suroeste de Mosta, las catacumbas de San Pablo conforman un enigmático complejo subterráneo con más de 2.000 metros cuadrados de superficie. Utilizada desde el siglo IV, esta vasta red de carácter funerario está integrada por más de treinta hipogeos interconectados mediante angostos pasadizos. Al igual que en Ta Bistra, en las catacumbas de Rabat es fácil advertir la presencia de símbolos alejados de la ortodoxia cristiana. De hecho, en los accesos a los hipogeos hay placas que informan a los visitantes acerca de la naturaleza cristiana, judía o pagana de lo que encontrarán en el interior de los mismos, si bien la existencia de grabados o pinturas que delaten las creencias de sus antiguos inquilinos es escasa, con excepción de dos grandes mesas de ágape, unos frescos con motivos vegetales y una lápida inscrita con símbolos que me recordaron a los utilizados por los canteros medievales.

No ocurre lo mismo en el centro de interpretación situado justo a la entrada de las catacumbas, donde se exponen diversos e interesantes objetos que fueron hallados en el interior de la necrópolis. Fue en este recinto donde descubrí semioculta una de las más bellas representaciones del dios Mitra que he visto, aunque la penumbra que inundaba la habitación y el discreto lugar donde se ubicaba la figurita no me facilitó la tarea de detectarla. Pero allí estaba Mitra, con su característico gorro frigio, a caballo y en actitud triunfante. El hallazgo de aquella pequeña escultura abundaba en la heterodoxia formal del cristianismo primitivo, cuyos primeros defensores tuvieron que deslizar su ideario en un ámbito geográfico dominado por la imaginería pagana. Incluido Pablo de Tarso, cuya figura es reverenciada en Malta.
Cada 10 de febrero, los malteses conmemoran el naufragio de Saulo de Tarso –su nombre original–, ocurrido en el año 60 de nuestra era. Porque fue en estas islas donde el santo arribó accidentalmente cuando el barco que le conducía a Roma fue sorprendido por una terrible tormenta, o así está reflejado en los Hechos de los apóstoles. Según parece, la estancia en Malta de san Pablo y un nutrido grupo de sus seguidores no se prolongó más allá de tres meses, pero su visita a este archipiélago marcó un antes y un después en la vida de los isleños, que abrazaron el cristianismo subyugados por la personalidad del apóstol.

CULTO A LA SERPIENTE

Aunque cuesta creer que el viraje en las creencias de los antiguos habitantes de Malta fuese tan repentino como se describe en la literatura cristiana, san Pablo protagonizó un incidente que debió impactar profundamente en el ánimo de los nativos. Descrito por san Lucas –el «médico amado»– en los Hechos de los apóstoles, el episodio relata que al poco de que Pablo y los suyos llegaran a la isla, cuando el apóstol recogía leña para encender un fuego, fue mordido por una serpiente venenosa, debido a lo cual los lugareños pensaron que moriría en breve. No obstante, san Pablo resultó ileso, lo que provocó el asombro de los presentes.

Se trate de un milagro o de una alegoría bien escogida, la imagen arquetípica de san Pablo derrotando a la letal víbora resulta enormemente poderosa, pero cobra mayor relevancia en el contexto de Malta, donde la serpiente fue temida y venerada desde la prehistoria. Podría aducirse que este animal es un icono universal y su silueta fue plasmada en las piedras que cimentaron todas las grandes civilizaciones, pero en el archipiélago maltés encontramos evidencias de que el culto a las serpientes excedió lo meramente simbólico. Para comprobarlo, nada mejor que visitar el hipogeo de Hal Saflieni, el templo subterráneo más antiguo y extraño de la Tierra. 

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